Con «A» empieza mi nombre,
de las damas soy querido,
si me prenden voy seguro,
y, si me sueltan, perdido.
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Soy alta y delgada, tengo un ojo, hago vestidos y no me los pongo.
Cuando pasa ¡cómo pisa!, deja rasa la camisa.
Cuanto más largas más cortas, cuanto más cortas más largas.
Siempre de mí dicen algo, aunque muy humilde soy; no soy señor y me tratan, con la nobleza del don.
¿Quién es esa señora, que tiene la propiedad, de estirar bien lo arrugado y de arrugar lo estirado, con igual facilidad?
Te la digo, te la digo, te la vuelvo a repetir; te la digo veinte veces y no me la sabes decir.
De mi ojo cuelga un hilo largo, que une las telas y hace las prendas.
Primero ciega, luego pincha y todo une mientras camina.
Pequeños, redondos, con agujeritos, valemos muy poco, solos o juntitos, mas de nosotros depende el buen vestir de la gente.
Pica, picando, colita arrastrando.