Hay en la plaza nueva
un monte, y en él dos cuevas.
Más abajo un pozo hondo
que tiene el brocal rojo.
Altas ventanas, iguales,
y en ellas, dos niñas bellas
que, a través de los cristales,
todo lo ven y lo observan.
Al revolver una esquina
me encontré con un convento,
las monjas vestidas de blanco,
la superiora en el centro,
más arriba dos ventanas,
más todavía un par de espejos
y en lo más alto la plaza
donde pasean los caballeros.
Unas son redondas,
otras ovaladas,
unas piensan mucho,
otras casi nada.
Pozo hondo,
soga larga,
y si no se dobla
no alcanza.
Con ella vives,
con ella hablas,
con ella rezas
y hasta bostezas.
Cueva con treinta y dos machacantes
que dispone de un solo habitante.
Al dar la vuelta a la esquina
tropecé con un convento,
las monjas iban de blanco
y el sacristán en el centro.
Una capilla llena de gente
y un capellán en medio
que predica siempre