Son mis colores tan brillantes
que el cielo alegro en un instante.
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Lleva años en el mar y aún no sabe nadar.
Aparece por delante, por los lados, por la espalda, te descuidas un instante y te levanta la falda.
Vuela en el aire, pace en la tierra, se posa en los árboles, anda en la mano, se deshace en el horno y se ahoga en el agua.
Es una enorme naranja pero de zumo salado, los gajos se le suponen entre un par de meridianos.
Muchas monjitas en un convento, visitan las flores y hacen dulces dentro.
Tengo lecho y no me acuesto tengo curso sin ser maestro.
Llevo, sin ser arlequín, de colores mi librea, yo salgo de tarde en tarde y espero siempre a que llueva.
Sin vacación en sus cursos, al principio son pequeños, suelen nacer en montañas y morir de marineros.
El cielo y la tierra se van a juntar; la ola y la nube se van a enredar. Vayas donde vayas siempre lo verás, por mucho que andes nunca llegarás.
Nazco y muero sin cesar; sigo no obstante existiendo, y, sin salir de mi lecho, me encuentro siempre corriendo.